miércoles, mayo 17, 2006

NO ES CULPABLE EL CRIMINAL, LA VICTIMA ES CULPABLE

“NO ES CULPABLE EL CRIMINAL, LA VICTIMA ES CULPABLE” El cuerpo de la mujer ha sido objeto o se ha tomado como pretexto para la comisión de múltiples delitos Autor: Dr. Enrique Hugo Muller Solón * En la antigüedad, las mujeres eran consideradas como parte del botín de guerra al que tenían derecho los vencedores, la captura de mujeres por la fuerza en las ciudades sometidas no solamente era aceptada sino legalizada. 700 años A.C. el Rey de Babilonia y el Código de Hammurabi, sancionaban con la muerte a las mujeres vírgenes si estas eras violadas dentro de las murallas de la ciudad, ya que se argumentaba “ella podía haberse defendido o gritado”, pero si la violación ocurría fuera de la ciudad la mujer no era castigada si se casaba con el violador, al final de cuentas, de una u otra manera, la sanción siempre era para ella. Pero sin duda, fue la Edad Media, la que marcaría para siempre la vida de las mujeres, la presencia de la Santa Inquisición y su legalización, fue particularmente cruel para con ellas, al menos 8 millones de mujeres fueron quemadas vivas por infringir las sanciones establecidas en el Malleus Maleficarum escrito en 1486, y el cual establecía las sanciones para todo aquel que evidenciara ser practicante de brujerías o herejías. 85% de las personas quemadas vivas, acusadas de practicar la brujería fueron mujeres. Esto es solo el antecedente, pero sin duda después que lean este artículo probablemente me den la razón, con respecto a lo que sigue viviendo actualmente la mujer. La modernidad ha invertido las cosas: la víctima aparece como culpable y el victimario como inocente. Desde hace cinco años, en el mes de Octubre se realiza en Miami una marcha contra la “Violencia Doméstica”, en memoria de Gladys Ricart (39) asesinada a manos de su ex - pareja Agustín García, en el interior de su domicilio, vestida de novia y en circunstancia que esperaba junto a sus familiares, el momento de dirigirse a la Iglesia donde se llevaría a cabo su matrimonio.
Los dominicanos Gladys Ricart y Agustín García, fueron convivientes durante siete años y siempre existió violencia, por lo que ella decidió terminar con la relación, conoció a otra persona y planificó su boda. La tarde del 26 de septiembre de 1999, Agustín García, vecino de Washington Heights, en Manhattan, se trasladó a Ridgefield, New Jersey, armado y vestido apropiadamente para una boda. Una vez ahí disparó tres veces sobre Gladys Ricart, quien estaba a punto de salir hacia la iglesia a casarse. Ella murió. Sin embargo, a un mes del homicidio, su abogado declaró a La Prensa de New York: "tengo las pruebas suficientes para probar ante un gran jurado, que mi cliente es inocente y que, contrariamente a lo que dicen los testigos, García actuó en un momento de intenso dolor, al verse traicionado por la mujer con la cual mantenía una relación amorosa y tenía planes de casarse". La estrategia de la defensa era probar que García le disparó tres veces a Gladys hasta matarla porque la quería mucho, de ser así recibiría una pena relativamente leve, mientras que si se probara que la mató por otras razones podría recibir penas mayores, inclusive la pena máxima. No podemos dejar de preguntarnos, si este hombre asesinó a una mujer porque la amaba ¿cómo le irá a los que odian?, ¿Qué tipo de hombre es quien asesina al ser amado?. El abogado señalaba, que su cliente era inocente porque mató a una mujer porque lo traicionó. Esto quiere decir que matar a alguien a quien uno ama, alguien indefenso y más débil que uno, no es una traición, sino al revés. O que, en último caso, está justificado el hecho. ¿Así que matar a alguien por amor y dolor es mucho más aceptable que matarlo por odio o por robarle dos nuevos soles?, ¿Acaso no hay algo de alevosía y de traición en todo ello?, ¿Es posible que en la balanza de la justicia pueda pesar más el supuestamente adolorido corazón del señor que empuñó el arma que el cadáver de la víctima desarmada? ¿ Una persona que es incapaz de dominar sus impulsos al grado de matar a alguien en razón de sus sentimientos no es alguien peligroso? La estrategia de convertir a la víctima en culpable y traidora y al hombre en el macho con derecho a limpiar a balazos su honra mancillada, su orgullo mermado o su dolor de rechazado, puede dar resultados con ciertos jurados, quizá con una parte de la opinión pública, pero no sirve a la verdad, ni a la justicia y en nada contribuye a que las mujeres dejen de ser asesinadas, aunque sea por amor. En este caso no sirvió de nada estos argumentos de la defensa, el ex presidente de la Cámara de Comercio Dominicana Agustín García, fue condenado a cadena perpetua por el homicidio de Gladys Ricart. Pero veamos este hecho como un referente con relación a lo que sucede en nuestra sociedad, particularmente en nuestra ciudad donde la violencia intrafamiliar ha rebasado las estadísticas policiales ubicándose en el segundo lugar después de los delitos contra el patrimonio. Es relativamente frecuente que las damas a quienes preguntamos si sufren malos tratos de sus parejas o esposos, reaccionen no defendiendo al presunto agresor, sino defendiéndose ellas: “...por quién me has tomado, soy una persona inteligente y segura, no soy como esas tontas sin dignidad, a mi,.. mi marido nunca me pegaría...y si lo intenta no me dejaría pegar....” En nuestro entorno lamentablemente, una mujer maltratada tiende a pensar que reconocerlo la convierte automáticamente, a ojos de los demás, en un ser desvalido sin personalidad que se quedó en el siglo pasado en lo que a igualdad o defensa de sus derechos se refiere. En la práctica, el miedo al rechazo social no está justificado; la gente suele dejar de lado las ideas preconcebidas en cuanto se enfrenta a un caso real. Para superar la situación suelen ser imprescindibles el apoyo y la comprensión -no confundir con compasión- de los seres cercanos. Esa comprensión no se puede alcanzar si no se destruye una serie de mitos muy arraigados entre quienes, a pesar de que condenan los malos tratos, se creen inmunes. En nuestro país, existe la opinión casi generalizada de que las mujeres maltratadas se sienten culpables porque creen, erróneamente, que ellas son las que provocan la situación con su comportamiento. Si pues, dicen algunas: “::me pegó porque salí a la calle sin su permiso...”, otra dice: “....a mi me pegó porque me gasté la plata de la comida....”; y otra: “...a mi me pegó porque no le tuve su comida preparada a su hora para que se vaya a trabajar...”. Inclusive es probable que una madre pregunte a su hija: “...que habrás hecho, por algo te ha pegado el desgraciado ese...”. Es posible que ocurra en algunos casos, pero en general, todas se sienten avergonzadas por haberse dejado someter; saben perfectamente que la culpa es del energúmeno que las ha maltratado, pero eso sirve de poco. El sentimiento de culpa más arraigado de la mujer maltratada es el de haber elegido mal a su pareja o de haberse metido en determinada situación que ha motivado y de cierta forma justificado el maltrato recibido. Hay mujeres que creen que hubieran destrozado la vida del tipo en cuestión si lo abandonaban no obstante saber que era un maltratador; hay quien se sentía sola y admitió la compañía de quien se encontraba más a mano; hay quien, simplemente, se enamoró de quien no debía; y, por supuesto, hay casos de personas encerradas en situaciones económicas o incluso familiares de difícil solución que de alguna manera las predisponen a soportar el maltrato de manera indefinida y hasta algo mas, se conoce perfectamente de casos de violencia sexual contra menores dentro de su mismo hogar por parte de padres o padrastros que no son denunciados por sus progenitoras por las mismas razones expuestas anteriormente. Sin embargo, tengamos cuidado con las generalizaciones: continuamente nos recuerdan que los agresores no son enfermos mentales. No suelen serlo, pero algunos lo son. Nos recuerdan también que son hombres con una percepción equivocada de las relaciones, que buscan en la pareja una reafirmación social del machismo o tienen una educación patriarcal y conservadora; de nuevo, puede que sea así en la mayoría de los casos, pero no siempre se dan estas condiciones. Se podría afirmar que hay una nueva generación de agresores poco estudiada, tal vez porque las agredidas no se consideran pertenecientes al grupo estándar de las mujeres maltratadas y niegan lo evidente más que las que encajan en los parámetros. Esta nueva generación está compuesta y se nutre aunque Ud. no lo crea, de estudiantes de educación superior, profesionales, empresarios, dirigentes y otros supuestamente progresistas que, como no se han educado en la violencia, consideran un hecho aislado cada una de las agresiones que sufren o infligen. Sean cuales sean las premisas, una característica común entre las personas que maltratan a su pareja es la de confundir la posesión con el amor, pensar que la relación es inamovible e intentar imponerla por cualquier medio. El primer paso es la reiteración continua de declaraciones de amor eterno, que en muchas ocasiones basta para acelerar el noviazgo formal o el matrimonio; los agresores en potencia no llevan su condición escrita en la cara. La segunda fase llega con la inseguridad. Entonces aparecen el chantaje psicológico, las amenazas de suicidio, el acoso, el espionaje, la insistencia en que un hijo lo arreglaría todo, la convicción de que cualquiera es un rival, el afán por demostrar públicamente que hay una relación, etcétera. Si la pareja no se amolda, se puede pasar a la agresión física. Y para no amoldarse basta con mirar al perro y no al gato; con mirar al gato y no al perro. A ojos de un agresor o un agresor en potencia, cualquier detalle puede ser el desencadenante. Después de la primera vez se suele dar un periodo de apaciguamiento y arrepentimiento que lleva a muchas víctimas a pensar que sólo ha sido un hecho aislado y, por tanto, a no dejar la relación en ese momento; no olvidemos además que si hay enamoramiento o algún tipo de dependencia psicológica se tiende a idealizar al otro y a no ver los defectos, aunque sean evidentes. Cuando las agresiones se repiten, surgen el miedo y la inseguridad. En esta suerte de mundo al revés donde para algunos la víctima termina siendo la culpable y el asesino tiene la justificación de su tierno corazón herido, no es algo nuevo o inusual, sino una situación que se repite a diario, cada segundo en todos los lugares del planeta. Es el mundo en el que las mujeres golpeadas y violadas piensan que algo habrán hecho para provocar la furia del verdugo o del pervertido. Y llenas de miedo y culpa no se atreven a denunciarlo. Es verdad, este es el mundo en el que las mujeres violadas, sean apenas unas niñas o venerables ancianas, son catalogadas como provocadoras y ligeras. Y, nuevamente, llenas de vergüenza y culpa, se quedan calladas. La mayoría de los asesinatos y las violaciones en los que las víctimas son mujeres, son cometidos por varones cercanos a ellas, generalmente el novio, esposo o amante, el tío, el primo o el padrastro. Tres de cada 4 asesinatos cometidos en el ámbito familiar o íntimo son contra mujeres. En Nueva York, cada 12 minutos una mujer es golpeada por su amigo, novio, esposo o amante. En el Perú, según el informe anual del Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán (2004), Seis mil mujeres fueron víctimas de violencia sexual, maltrato familiar y violaciones a los derechos humanos durante el 2003 en el Perú, según denuncias hechas ante las autoridades. Se cometieron en promedio 17 violaciones contra la libertad sexual de las mujeres al día. A la vez, el 41% de las peruanas fueron agredidas físicamente alguna vez por su pareja. Un 69% sufrió violencia física y un 31% psicológica. De ahí se desprendió que 6 de cada diez mujeres fueron víctimas de violencia familiar. El estudio también detallaba que el 80% de las mujeres que sufrieron violencia no buscó ningún tipo de ayuda. Flora Tristán proyectó en esas oportunidad que en el país se estarían produciendo 352 mil abortos clandestinos al año. En Lima y la costa, 189 mil, en la sierra 114 mil y en la selva cerca de 50 mil. Es decir, el 32% en la sierra y el 28% en Lima. Esos son datos de una realidad, no especulaciones sobre la bondad o maldad de esas mujeres. Paralelamente y durante décadas, el único protagonista de la ‘escena criminológica’ ha sido el criminal, con sus condicionamientos biológicos, psicológicos y socioculturales. Su figura, atractiva, misteriosa o amenazante, ha generado sentimientos ambivalentes de rechazo‑admiración, y frecuentemente morbo. Pero por el contrario, la víctima del hecho delictivo, no inspira más que lástima. Son los débiles en la lucha por la supervivencia y poseen el ‘rol de perdedor’ que no fascina (y a lo peor, no interesa) a casi nadie. Suele generarse un desplazamiento culpabilizante, una extendida tendencia a degradar a las víctimas por parte de los espectadores del fenómeno criminal. Incluso, comenta Hamilton (1987) que cuanto menor responsabilidad tiene la persona ofendida, menos simpatía despierta en la sociedad, la cual tiende a buscar de cualquier manera alguna razón que justifique el hecho (no debería estar en ese lugar a esa hora..., ella lo ha provocado al hombre, ...como se le ha ocurrido semejante barbaridad, etc. Son algunas de las expresiones que se suelen escuchar). Estas actitudes de la gente son aún más negativas hacia las víctimas de violación. Es preciso tener en cuenta que gran parte de los delitos que se cometen (como el maltrato infantil, violencia familiar, aborto, abuso sexual y violaciones), llevan en el fondo el estigma de un problema que requiere una atención compleja, integral y de mayor compromiso con la sociedad; que meramente perseguir y sancionar a los delincuentes. La víctima debe y merece volver a ser la protagonista principal de las políticas y preocupaciones fundamentales del Estado, del Ministerio Público, de la Policía, del Poder Judicial. Los delincuentes históricos se han hecho célebres; sus víctimas han sido condenadas al anonimato y mucha veces consideradas culpables de haber provocado la acción criminal; inclusive nuestra Policía, a la que deberíamos apoyar todos los ciudadanos con un poco de sentido común, resultan frecuentemente ser el flanco de nuestras críticas, cuando todos vemos la problemática que tenemos hoy en día en la calle, la gran labor que desempeñan y cómo se juegan la vida para que todos nosotros estemos un poco más seguros. Estamos llegando a un punto en el que el policía parece el delincuente, y que son ellos los que deben padecer y tolerar si son agredidos o insultados sin que puedan defenderse, porque, si no, están abusando de su autoridad. ¿En qué país vivimos? .Sólo decir a estas personas que no valoran a la Policía que tenemos y no hacen más que criticar que cuando sean víctimas de algún delito o sufran alguna agresión y necesiten de su intervención, reflexionen sobre sus palabras. Resulta entonces finalmente que la expresión “No es culpable el criminal, la víctima es la culpable” no es tan descabellada, por algo estas fueron las palabras premonitorias con las que el famoso intelectual FRANZ WERFEL, novelista, poeta y dramaturgo austriaco que adquirió fama en Austria y Alemania al término de la I Guerra Mundial (1914 - 1918), quiso adelantarse a su época al dirigirse hacia su mundo circundante con un cierto recelo ante el irremisible avance de la civilización hacia su decadencia y desmoralización al interior de la sociedad. Testigo de las atrocidades nazis durante la segunda guerra mundial, nos dejó además ésta recomendación: "El juez debe colocar su fuerza de parte del acusado, no sólo en interés de la justicia, sino en el descubrimiento de la verdad". * Coronel de la Policía Nacional del Perú. Abogado, Penalista y Criminólogo; Catedrático de la Facultad de Derecho de la UCV de Trujillo; Delegado Regional Norte de la Defensoría del Policía; Creador de la primera experiencia de Policía Comunitaria en la ciudad de Trujillo – PERU.

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